Alcalá de Guadaíra, junio de 2010.- Las beneficiarias del proyecto Atticus siguen dejando su impronta allí donde realizan sus prácticas de empresa. La última hornada de profesionales son celadoras que hasta finales de este mes de junio demuestran su valía en la finca San Buenaventura que tiene Paz y Bien en Alcalá y en el hospital Santa Isabel y la residencia de la Hermandad de la Santa Caridad, en Sevilla capital. Son destinos para los que hay que estar hechos de una pasta especial y en los que, si mantienen un buen nivel nuestras candidatas se quedarán para trabajar y ganarse la vida con su nuevo oficio.
Todas ellas han cultivado una capacidad especial para vencer dificultades. Y tienen detrás a un equipo de profesionales que les ha procurado una formación cuidada, el mejor ambiente para realizar sus prácticas y un trabajo de recomendación y venta profesional mejor incluso que el que podría hacer un familiar. Si valen, es lo justo, y las mujeres Atticus completan sus itinerarios muy preparadas.
PAZ Y BIEN
En la finca San Buenaventura que la Asociación Paz y Bien tiene en Alcalá de Guadaíra nos recibe Salud Rodríguez, responsable del Centro Ocupacional de la Unidad de Estancia Diurna.
Paz y Bien fue fundada por el capuchino Fray Rafael Pozo hace ahora 31 años. En su finca alcalareña, camino de Oromana, de unas 10 hectáreas de extensión, se concentran tres servicios: una residencia de adultos de 38 plazas, el centro ocupacional María Luisa de Velasco, con 93 plazas para personas con discapacidad intelectual de entre 16 y 65 años, y la citada Unidad de Estancia Diurna, con 25 plazas para personas con grandes dependencias y gravemente afectadas, y donde realizan sus prácticas Janet, Eva, Trini y Desiré.
Las alumnas Atticus se distribuyen en turnos de mañana y tarde y se dedican a la atención directa a personas con discapacidad. Se trata de una labor asistencial que incluye la higiene y aseo, psicomotricidad, alimentación y dinamización en tareas lúdicas y manualidades que se realiza en los talleres para potenciar las habilidades psicosociales de las personas discapacitadas.
En este sentido, Salud Gutiérrez explica que esta labor diaria está diseñada para procurar el mayor desarrollo integral posible abarcando el ámbito psicológico, social y educativo.
La granja es un modelo de funcionamiento y autoabastecimiento. Cuenta con 30.000 m2 dedicados a pastos de animales, 12.000 m2 a invernadero agrícola, 32.000 m2 de agricultura al aire libre, 20.000 m2 de árboles frutales, 10.000 m2 de agricultura tradicional y 1.500 m2 a zona de jardinería.
DEL CURSO AL QUIRÓFANO
Celia, Luisa, Cristina, Loli y Rosario no olvidarán nunca sus prácticas en la clínica Santa Isabel de Sevilla, propiedad de la aseguradora privada Asisa Antonio Blanco, su enfermero coordinador ha repartido la mano de obra alcalareña de modo que desempeñen todas las funciones propias de un celador, incluidas las propias en la sala de operaciones.
Blanco dedica elogios a las celadoras en prácticas por su respuesta fabulosa, “estamos contentísimos porque su disposición es total, se han adaptado bien al sistema de la clínica y han demostrado ser responsables y buenas trabajadoras”, nos comenta.
Desde un principio, su intención fue que “todas hicieran de todo, en turnos de mañana y de tarde. Las que se manejan en quirófano terminan siendo todoterreno, no temen a nada y hay días en los que aquí se trabaja duro, con jornadas de gran actividad”, concluye.
Respecto a la posibilidad de contrato de trabajo para alguna alumna, la dirección del hospital trabaja en ello de cara al verano en ciernes. Con todo, el proyecto Atticus espera que este itinerario sea puntuable para la bolsa de empleo del Servicio Andaluz de Salud, lo que favorecería en gran medida a las alumnas alcalareñas en su futuro laboral.
EN LAS ENTRAÑAS DE LA HISTORIA SEVILLANA
María Belén y Lidia acuden a diario a realizar sus prácticas a un monumento como es el antiguo Hospital de la Santa Caridad de Sevilla, detrás del Teatro de la Maestranza. Convertido hoy en residencia para personas mayores, cuenta con 85 plazas, casi todas ocupadas.
Su directora, Esperanza Hernández, nos guía por una joya del barroco que se mantiene con los fondos aportados por la Hermandad, las visitas turísticas al monumento y las aportaciones de los mayores residentes.
La Hermandad de la Santa Caridad cuenta cómo en el año 1662, el caballero sevillano don Miguel Mañara Vicentelo de Leca ingresó como hermano de la corporación, dedicada desde su fundación en el siglo XV a enterrar a sus ahogados, a los muertos en la calle y que nadie reclamaba y a los ajusticiados. Unos años más tarde, ya como Hermano Mayor de esta Hermandad, don Miguel Mañara creó y mantuvo una singular obra asistencial que ha perdurado hasta nuestros días.
Esperanza Hernández dice que las mujeres Atticus “son un lujo. Personas con iniciativa, un trato a los mayores estupendo e integradas en el equipo”. Medio centenar de personas, entre personal de la residencia y empresas de servicios externos, velan por los mayores residentes en La Santa Caridad.